Respondiendo a la convocatoria lanzada por la Congregación para el Clero a los presbíteros, más de mil sacerdotes de ochenta países han viajado a Malta para participar en una reflexión sobre el ministerio sacerdotal. «Sacerdotes, forjadores de santos para el nuevo milenio – Siguiendo las huellas del apóstol Pablo» es el tema elegido para el congreso internacional que el dicasterio vaticano ha organizado del 18 al 23 de octubre en el país mediterráneo.
En estos días de convivencia y oración se presenta la figura de san Pablo, que vivió tres meses en la isla de Malta tras el naufragio del barco que le llevaba prisionero a Roma. En su estancia se dedicó a evangelizar (cf. Hch 27, 39-28,10), lo que le da a Malta el privilegio de ser considerada una de las Iglesias apostólicas.
Cómo vivir el sacerdocio de manera auténtica en la época actual es, para Monseñor Csaba Ternyàc, secretario de la Congregación para el Clero, el desafío que acompaña al sacerdote durante los siglos, según explicó a los micrófonos de Radio Vaticano. Y es que «el sacerdocio es de hecho una realidad sacramental perenne, introducida en el tiempo: hacer contemporáneo a Cristo», añadió el prelado. Así como Cristo «fue signo de contradicción, así lo es el Evangelio y aquellos que lo anuncian, los sacerdotes». «Fue la experiencia de nuestro Maestro y de los primeros apóstoles. Navegar cuando el viento es bueno no es una gran cosa, pero con el viento en contra, se convierte en un verdadero desafío».
«En una sociedad donde se persigue el éxito, la carrera, el hedonismo, la posición económica, el joven que responde a la llamada sacerdotal intenta orientar de otra forma su vida, buscando no lo efímero, sino los valores que duran. Y éste es el desafío que los jóvenes aman: ir a contracorriente», constató el Arzobispo. Para Monseñor Ternyàc también «es necesario actualizar siempre nuestro lenguaje y traducir las grandes verdades a una forma de expresión que la gente hable y entienda». Igualmente «es necesario hablar más de experiencia y con el testimonio de vida», como ya lo subrayó Pablo VI, según el cual «el mundo de hoy requiere más testigos que maestros», reconoció.
Con todo, en opinión del prelado es «gratuito» y «repetitivo» decir que la Iglesia no logra comunicarse con la gente: «¿Cómo explicar, si no, el movimiento que se registra y se vive en torno a tantas parroquias?», se pregunta. «Se ven crecer de nuevo las actividades juveniles, los movimientos de oración. ¿Cómo podrían seguir los jóvenes a sus sacerdotes si éstos no lograran hablarles y hacerse comprender?», prosigue.
Para el secretario de la Congregación para el Clero, la acusación de que la Iglesia no se hace entender está causada más bien «por la dificultad de vivir el Evangelio, las orientaciones del Magisterio, especialmente en temas que afectan más que nunca a la sociedad de hoy», «aborto, eutanasia, divorcio, manipulaciones genéticas y otros problemas». «Cuando los sacerdotes predican con claridad la doctrina del Evangelio y del Magisterio, he aquí que extrañamente se hacen incomprensibles. Es una gran paradoja, que la gran pensadora, Simone Weil, formula así: “El sacerdote católico es comprensible sólo si hay en él algo incomprensible”», concluye.
Durante la solemne concelebración Eucarística de inauguración del lunes, en la catedral de San Juan Bautista en La Valleta, el cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el Clero, describió al sacerdote como «hombre de Dios», «elegido y enviado para ser Cristo en los caminos del mundo» «y reflejar el Rostro eucarístico de Cristo en la propia santidad de vida».
«¡Nosotros, sacerdotes, somos obra grande de la misericordia del Dios!», reconoció el purpurado. «Sobre vuestras fatigas y padecimientos -dijo a los sacerdotes concelebrantes-, sobre vuestros éxitos y alegrías, sobre el ocultamiento fecundo de vuestro ministerio sacerdotal unido a la Cruz de Cristo, florece, crece y se revigoriza en el Pueblo de la Nueva Alianza la nueva vida, la de Cristo crucificado y resucitado». La necesaria «identificación con Cristo» del sacerdote significa dejarse «inhabitar por Él, la Palabra viva, de forma que se convierta en nuestra propia palabra». Por eso, «como sacerdotes no podemos llevar adelante “nuestras” ideas, desarraigadas de Cristo, por quien hemos sido enviados» -aclaró-, sino que es «Él quien da eficacia salvífica a nuestra predicación, la luz que aclara las incertidumbres y los miedos humanos». «¡Estamos llamados a hablar con el “yo de Cristo”! -recordó el purpurado-. ¡Esta es nuestra identidad, nuestra verdadera dignidad, la fuente de nuestro gozo y la certeza de nuestra vida!»
El cardenal Castrillón recordó igualmente que el sacerdote no es «autor» «de los sacramentos», sino que lo es «Cristo, que por voluntad del Dios Padre» hace al sacerdote «instrumento de su santidad en beneficio de todos». «Por eso me gusta pensar en nuestro sacerdocio ordenado como en un don de la misericordia divina que empapa todo nuestro ser», admitió. «Los hombres desean contemplar en nosotros el rostro de Cristo», alertó. «Cristo Crucificado es la imagen suprema del amor del Dios invisible, y el amor humilde del Dios encarnado, crucificado y resucitado es la puerta de la santidad en el mundo, y en esta puerta estamos nosotros, sus ministros», advirtió el cardenal Castrillón Hoyos.
«¡No cerremos esta puerta, abrámosla de par en par! -exhortó-. ¡A nosotros, sacerdotes, los hombres nos piden a Cristo, y en nosotros tienen derecho a verlo! Sólo quienes han aprendido a “estar con Jesús” a los pies de la Cruz están preparados para dejarlo ver, listos para ser enviados a evangelizar». «Por ello volvamos a partir desde Cristo, en el camino de la Cruz cuyo fruto es la Eucaristía. Para ser santos en nuestra vida sacerdotal y para señalar los remedios y las soluciones a los corazones humanos desorientados, ilusionados o desilusionados por las más distintas formas de alienación debemos pararnos ante el Rostro eucarístico de Cristo, señalando con fuerza a todo cristiano la centralidad de la sagrada Eucaristía», destacó.
Para el cardenal George Pell, arzobispo de Sydney (Australia), «ser siempre hombres en busca del único Dios verdadero» se convierte en el «ineludible desafío para todo sacerdote», cualquiera que sea su edad y procedencia.
«Cubrimos una multiplicidad de papeles prácticos en calidad de párrocos, asistentes, profesores, administradores», etc, «pero cada uno de nosotros está llamado a ser un hombre de Dios, porque cada uno de nosotros es sacerdote, llamado a permanecer en el santo lugar del Señor» y a «ser formador de santos para el nuevo milenio», apuntó en la meditación de Laudes del martes.
Y es que , reconoció el arzobispo Bruno Forte -miembro de la Comisión Teológica Internacional- al explicar la «santidad trinitaria del sacerdote». «En la belleza singular de una vida presbiteral gastada sin reservas en la fe con esperanza y amor, en la belleza singular de poder decir “Esto es mi Cuerpo - Esta es mi Sangre” o de perdonar los pecados, está el don de la verdadera belleza que pasa por las manos, los labios y el corazón de un sacerdote», describió Monseñor Forte.
«Escondido con Cristo en Dios, bebiendo de las fuentes de la Trinidad divina y de su santidad infinita, el sacerdote precisamente con la santidad de su vida es el testigo contagioso de la Belleza que salva», concluyó.
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