Mensaje de 27 de marzo de 1993
Señor Cardenal penitenciario mayor; prelados y oficiales de la Penitenciaria;
padres penitenciarios ordinarios y extraordinarios de las basílicas patriarcales de la Urbe;
y vosotros, queridos alumnos recién ordenados o que anheláis recibir pronto la ordenación:
me alegra vuestra presencia en esta casa, que es y debéis considerar como vuestra casa paterna.
1. Mi complacencia deriva tanto de vuestra unión afectuosa con el Sucesor de Pedro, que aquí y ahora se hace casi tangible, como de vuestra especial condición de penitenciarios, que dedicáis vuestro trabajo ministerial de modo privilegiado al sacramento de la Penitencia; o de sacerdotes que estáis desarrollando vuestras primeras actividades pastorales; o incluso de candidatos al sacerdocio que, antes de asumir el oficio particular que la Providencia, mediante la voz de vuestros superiores jerárquicos, os asignara en la Iglesia, habéis querido profundizar vuestra preparación para el servicio de las almas en el perdón de los pecados asistiendo al curso sobre el fuero interno, organizado por la Penitenciaria Apostólica. A la complacencia se une la gratitud al Señor, pues en vuestro compromiso y diligencia muestra a las claras que continua suscitando en favor de su pueblo ministros del perdón y la Reconciliación.
El Ordo paenitentiae actualmente en vigencia expresa de la siguiente manera, en la fórmula de la absolución, las grandes realidades en las que se llevan a cabo la vuelta del hombre pecador a Dios y se restaura su orden interior: Dios, Padre de misericordia... te conceda, por el ministerio de ta Iglesia el perdón y la paz. Ahora bien, el sacramento de la Penitencia ministerio de la Iglesia produce el perdón de Dios en cuanto actúa por virtud divina, cualesquiera que sean el mérito o demérito personal y las cualidades humanas del ministro: a este respecto, así enseña (para todos los sacramentos no sólo para el de la Penitencia) el Catecismo de la Iglesia Católica: “Los sacramentos confieren la gracia que significan. Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; El es quien bautiza, El quien actúa en sus sacramentos con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo” (n. 1127); “Tal es el sentido de la siguiente afirmación de la Iglesia: los sacramentos obran ex opere operato” (n. 1128).
Indudablemente la paz que anuncia la fórmula sacramental. paz sobrenatural y que, por tanto, exsuperat omnem sensum (Eph 4, 7), también llega al alma ex opere operato; pero, dentro de los límites en que esto es posible, dada su trascendencia sobrenatural, la percepción gratificante de esta paz por parte del sujeto del sacramento también depende en gran medida de la santidad personal del sacerdote, ministro del sacramento de la Penitencia, de su sensibilidad psicológica y de su bondad acogedora. En efecto, el confesor anima a perseverar en la gracia recuperada alimenta la confianza en la posibilidad de la salvación. Impulsa a la humilde gratitud hacia el Señor y salvo casos patológicos o que se encuentren en los límites de la normalidad ayuda a reconstruir el equilibrio de la conciencia y la rectitud del juicio.
Santidad personal
2. En mis anteriores Alocuciones a este auditorio dediqué la atención principalmente a los aspectos dogmáticos, morales y canónicos del sacramento de la Penitencia. Esos discursos han sido recogidos en un volumen que también contiene un comentario sintético de la Penitenciaria Apostólica. Me consuela saber que han tenido amplia difusión, y espero que sean útiles para la deseada recuperación de un uso frecuente del sacramento de la Penitencia. Considerando ahora concretamente la administración del sacramento del perdón, me gustaría detenerme en los aspectos mencionados: santidad, sensibilidad psicológica y bondad acogedora del ministro.
El confesor debe esforzar al máximo a fin de que, junto al efecto esencial, que siempre produce el opus operatum, supuestas las condiciones de validez, también se produzcan a favor del penitente, en el ministerio de la comunicación de los santos, los frutos de su santidad personal: por medio de su intercesión ante el Señor, por la fuerza atrayente de su ejemplo y por el ofrecimiento que hace el sacerdote santo de sus expiaciones en beneficio del penitente. Se trata de cosas muy evidentes. Pero deseo insistir en ellas, a fin de que la caridad haga que vuestro ministerio no sea nunca nudum ministerium penitencial, sino un don paterno y fraterno acompañado con vuestra oración y sacrificio por las almas que el Señor pone en vuestro camino: Completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia (Col 1, 24). De este modo, el ejercicio del ministerio es santo y es instrumento de santificación para el mismo ministro.
Solidez doctrinal
3. Al sacerdote confesor le corresponde el grave deber de poseer una doctrina moral y canónica al menos adecuada a los communiter contingentia, es decir, al comportamiento humano en los casos ordinarios, especialmente teniendo en cuenta las condiciones generales del ethos socialmente dominante. Digo al menos, pero agrego inmediatamente que esa preparación doctrinal debe acrecentarse y consolidarse siempre, sobre la base de los grandes principios dogmáticos y morales, que permiten resolver católicamente también las situaciones difíciles de las conciencias, en la incesante evolución cultural, técnica y económica..., de la historia humana. También aquí, el Catecismo de la Iglesia Católica es paradigmático: de forma autorizada propone el juicio moral que es preciso formular sobre realidades de la vida humana que se han presentado ya -o que se hallan muy difundidas- en tiempos recientes. A este propósito se ha dicho que el Catecismo presenta nuevos preceptos o nuevos pecados; y lo que hace es sólo aplicar a diversas modalidades del obrar humano. que ahora se han vuelto comunes, la misma ley divina. natural o revelada. Una de las tareas mas importantes y delicadas del confesor, en la que ha de aplicar la necesaria solidez de la doctrina, consiste en facilitar al penitente la acusación de sus pecados, aunando la exigencia de una acusación moralmente completa, irrenunciable cuando se trata de pecados mortales, en cuanto a la especie, a las circunstancias determinantes de la misma especie y al numero, y la de no hacer que la confesión se vuelva odiosa o penosa, especialmente para aquellos cuya a religiosidad es débil o cuyo proceso de conversión es incipiente. A este respecto, nunca se recomendará suficientemente la delicadeza acerca de las materias objeto del sexto mandamiento del decálogo.
Es necesario, además, considerar la posibilidad de que la limitación humana ponga al ministro de la Penitencia, incluso sin culpa por su parte, frente a asuntos acerca de los cuales carece de una preparación profunda. Entonces se aplica el acertado principio del doctor moralista San Alfonso María de Ligorio: Saltem prudenter dubitare. La preparación doctrinal del confesor, al menos, deberá permitir percibir la posible existencia de un problema. En tal caso la prudencia pastoral, junto a la humildad, teniendo en cuenta si el penitente siente urgencia o no, si siente ansiedad o no, y teniendo presentes las demás circunstancias concretas, lo llevará a enviar a ese penitente a otro confesor o establecer una cita para un nuevo encuentro y, mientras tanto, prepararse: a este respecto ayuda tener presente que existen los volúmenes de los probati auctores, y que, salvando el respeto absoluto del sigilo sacramental. se puede recurrir a sacerdotes mas doctos y experimentados; en particular, se puede recurrir -es oportuno decirlo aquí- a la Penitenciaria Apostólica, que siempre está dispuesta a ofrecer para los casos concretos, y por tanto, individuales, su servicio de consulta, dotado de un valor autorizado.
Preparación psicológica
4. El sacramento de la Penitencia no es ni debe convertirse en una técnica psicoanalítica o psicoterapéutica. Sin embargo, una buena preparación psicológica, y en general en las ciencias humanas, ciertamente permite al ministro penetrar mejor en el misterioso ámbito de la conciencia, con la finalidad de distinguir y con frecuencia no resulta fácil el acto verdaderamente humano, por tanto el moralmente responsable, del acto del hombre, a veces condicionado por mecanismos psicológicos morbosos o inducidos por hábitos arraigados , que eliminan la responsabilidad o la disminuyen, frecuentemente sin que el mismo sujeto agente tenga noción clara de los límites que separan las dos situaciones interiores. Aquí se abre el capítulo de la caridad paciente y comprensiva que se debe tener hacia los escrupulosos. Al mismo tiempo, es necesario afirmar claramente que, con mucha frecuencia, ciertas actitudes del pensamiento moderno disculpan indebidamente comportamientos que, a causa del inicio voluntario de un hábito, no son o no pueden ser totalmente excusables. La finura psicológica, del confesor es muy valiosa para facilitar la acusación a las personas tímidas, vergonzosas y que tienen dificultades a la hora de expresarse; esta finura, junto a la caridad, intuye, anticipa y tranquiliza.
Ejemplo de Cristo
5. Nuestro Señor Jesucristo trató a los pecadores de una manera que muestra con hechos concretos lo que San Pablo escribe a Tito: Benignitas et humanitas apparuit Salvatoris nostri, “se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador” (Tit 3, 4). Basta meditar en el relato evangélico de la pecadora convertida (Lc 7, 36 50), en la conmovedora página del Evangelio de San Juan (8, 3 11) sobre la mujer adúltera. y en la estupenda parábola del hijo prodigo (Lc 15, 11-32). El sacerdote, al tratar con los pecadores en el sacramento de la Penitencia, debe inspirarse en este modelo divino, pidiendo al Señor la gracia de merecer el titulo que Dante Alighieri refiere a San Lucas Scriba mansuetudinis Christi, un escritor que imprime su narración no en las páginas de un libro, sino en las páginas vivientes de las almas.
Así, el sacerdote confesor jamás debe manifestar asombro, sea cualquiera la gravedad, o la extrañeza, por decirlo de alguna manera, de los pecados acusados por el penitente. Jamás debe pronunciar palabras que den la impresión de ser una condena de la persona, y no del pecado. Jamás debe infundir terror, antes que temor. Jamás debe indagar acerca de aspectos de la vida del penitente, cuyo conocimiento no sea necesario para la evaluación de sus actos. Jamás debe usar términos que ofendan incluso sólo la delicadeza del sentimiento, aun cuando propiamente hablando, no violen la justicia y la caridad. Jamás debe mostrarse impaciente o celoso de su tiempo, mortificando al penitente con la invitación a darse prisa (con la excepción, claro esta, de la hipótesis en que la acusación se haga con una palabrería inútil).
Por lo que se refiere a la actitud externa, el confesor debe mostrar su rostro sereno, evitando gestos que puedan significar asombro, reproche o ironía. De la misma manera, quiero recordar que no se debe imponer al penitente el propio gusto, sino que es preciso respetar su sensibilidad en lo concerniente a la elección de la modalidad de la Confesión, es decir, cara a cara o a través de la rejilla del confesonario.
Mirada amorosa
6. Por último, una recomendación compendiosa: cuanto mayor sea la miseria moral del penitente, tanto mayor ha de ser la misericordia. Y si quien se confiesa es un sacerdote, más humillado por sus culpas que un penitente laico, y quizá más expuesto al desaliento a causa de su misma dignidad profanada, pensemos que sin ninguna palabra de reproche Dominus respexit Petrum (Lc 22, 61) -el mismo Pedro que sólo pocas horas antes había recibido el sacerdocio e inmediatamente había caído- y con esa mirada amorosa en un instante lo sacó del abismo.
Como veis, durante nuestra conversación mucho ha hablado la razón iluminada por la fe. Quisiera que en el ejercicio del ministerio de la Penitencia hablara, sobre todo, el corazón henchido de caridad, el corazón sacerdotal que, a pesar de la distancia infinita, trata de asemejarse a Jesús manso y humilde de corazón. Os lo conceda la divina misericordia, de la que mi Bendición Apostólica, queridos hermanos, quiere ser prenda para todos vosotros.