Estoy persuadido de que ninguno de nosotros va a olvidar esta Cuaresma, aunque es tan extraña que no parece que estemos en unas fechas tan importantes para la vida de un católico y a veces hay que recordar: ¡que estamos en Cuaresma!
En primer lugar, pido a Dios que todos los que leamos esta nota pasemos esta pandemia sin contagio. Si Dios nos concede este don, dentro de unos años podremos decir a quienes vengan detrás: yo sobreviví al Coronavirus.
Nos ha sorprendido la extensión de esta enfermedad. Sin embargo la humanidad está muy acostumbrada a epidemias de gran alcance. En estas épocas ya sabemos que sale a relucir lo mejor de cada uno, y lamentablemente también lo peor. La Iglesia tiene experiencia de ellas desde la época de los primeros cristianos, y desgraciadamente verá otras. Por lo que ya sabemos qué hay que hacer.
Son muchos los santos que han convivido con epidemias: San Roque atendió a muchos afectados por la peste en el s. XV, San Carlos Borromeo atendió a los enfermos de otra epidemia de peste en Milán en el s. XVI, San Juan Bosco en Turín en 1854, San José Gabriel Brochero, el Cura Brochero, atendió a los enfermos de cólera en su Córdoba argentina a mediados del XIX, y él mismo contrajo la lepra y murió de ella en 1914, por citar algunos.
¿Qué debe hacer la Iglesia en esta pandemia? Lo mismo que ha hecho desde hace tantos siglos en estas mismas circunstancias: rezar, ayudar y aliviar.
En primer lugar, rezar: conscientes de que es el primer remedio y que Dios puede parar los virus, oremos. Podemos pedirle como el Rey David «no envíes la peste sobre tu pueblo», rogando que detenga al ángel exterminador (cf. 1 Cr 21, 17). Estos días de encierro obligatorio para muchos puede ser una ocasión para aumentar nuestra fe en la oración.
Luego hemos de ayudar. Siguiendo las disposiciones de la legítima autoridad, mostrémonos disponibles para otros que están necesitados. Y no olvidemos a los que padecen la peor de las plagas, la soledad: seguro que todos conocemos a varios que viven solos y ahora no tienen el consuelo de la conversación. Acerquémonos a ellos mediante el teléfono o las redes sociales.
Y por fin, aliviar. Recordemos que el mejor calmante es la gracia de Dios, por lo que los sacerdotes podrán facilitar (siempre dentro del respeto a las normas de la autoridad) el sustento de los sacramentos. A muchos otros les podrá llegar el consuelo de la oración en común, porque gracias a internet se puede hacer una reunión de personas que están físicamente separadas.
Como acaba de sugerir el Prelado del Opus Dei, procuremos encontrar «iniciativas creativas para ayudar a los demás (vecinos, colegas de trabajo, etc.)» (Mensaje del 14 de marzo de 2020).
Hemos de aceptar la voluntad de Dios. Todos hubiéramos querido que en esta Cuaresma se realizaran Viacrucis, procesiones y oficios litúrgicos como los demás años, pero el Señor en su sapientísima providencia quiere que busquemos la conversión mediante el confinamiento, la oración por internet y el ayuno de la Eucaristía. Nuestra Señora, salud de los enfermos, hará que esta sea la mejor Cuaresma que recordamos.
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